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No hay ninguna duda: los colores, las nubes y el perfil familiar que dibuja los continentes, son suficientes pruebas para saber que lo que tienes delante es La Tierra. 

Durante unos segundos dudas, apenas un ligero hormigueo que no tiene cabida en la mente de un científico: ¿y si hemos muerto al atravesar el portal? Te pellizcas por instinto, aunque no sea una prueba demasiado empírica.

Los primeros datos no tardarán en llegar, pero la presencia del círculo que rodea al planeta, es una primera pista que casi resuelve el misterio. De ser así, las preguntas a responder deberán ser reformuladas.

Con una última mirada a la bóveda azulada del planeta, te impulsas hacia el pasillo central. Demasiadas incógnitas, demasiadas puertas abiertas por un tremendo, e inesperado, golpe de viento.

 

Todos han vuelto a sus puestos, con la esperanza de atar sus propios cabos, de conseguir respuestas parciales que ayuden a comprender cuál debe ser el siguiente paso. Solo tú estás exento de buscar un primer asidero, porque tu misión es velar por el resto; ¿cómo se logra mantener los pies en el suelo, cuando ha volado por los aires?

Casi sin darte cuenta, has llegado hasta el letrero que da paso al pequeño camarote de Artemis: la ingeniera de Aesteria, la persona de mayor coeficiente intelectual de la tripulación y tu más antigua amiga. 

 

Cuando pulsas el botón para abir la puerta, estás seguro de encontrar una respuesta o, al menos, un pequeño saliente al que agarrarte, pero cuando chocas con los ojos de Artemis, solo puedes leer cansancio e incertidumbre.

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